Se llama Argus
II y es el primer ojo artificial que consigue la aprobación institucional
de la FDA, el organismo estadounidense encargado de velar por la seguridad de
productos alimentarios y farmacéuticos.
La aprobación se une a la luz verde que la
Unión Europea ya dio al Argus II en 2011. El sistema, no obstante, dista mucho
de ser perfecto. El Argus II está formado por una retícula fotosensible de sólo
60 × 60 píxeles que se instala en el fondo del ojo.
Esta retícula está conectada al nervio óptico
y sirve para sustituir a las células del fondo del ojo que pierden su capacidad
por efecto de la retinitis pigmentosa. Esta enfermedad degenerativa de origen
genético afecta a cerca de 100.000 personas en Estados Unidos y su evolución
acaba siempre en ceguera total.
La retícula está conectada a una cámara que se
lleva en unas gafas y que procesa la imagen que el paciente tiene delante. El
dispositivo permite a la persona distinguir luces y sombras con una resolución
muy básica, pero al menos suficiente para desenvolverse en el mundo que le
rodea, que siempre es preferible a una oscuridad absoluta.
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